Tienes un e-mail

De: Juan Pedro Montes

Para: Elizabeth Agüero

Asunto: ¿Serás vos?

¡Hola! Me atrevo a escribirte sin estar seguro si sos quien creo que sos, pero aquí voy.

¿Beth? La bella morocha que me quitó el aliento hace años, en una escuela secundaria de nuestro barrio en Las Candelas. Me dieron tu dirección de correo electrónico, y acá estoy…

¡Cuánto nos ha cambiado la vida! ¿Te acuerdas cuando un bolígrafo de pluma era el único instrumento para cartearnos? Aún te recuerdo, Beth, con tu piel blanca y esos ojos pardos que explotaban de juventud… Me enteré con el tiempo que te casaste –años han pasado, ¿un siglo?–, y que tenés tres hijos grandes. Yo también me casé, pero mi Berta falleció hace cinco años; ya sabes… el cáncer se empecina en llevarse a la gente de un plumazo. Mi Berta no fue la excepción. Tengo a mi hijo Gonzalo, ya un eminente doctor, que se fue a vivir a Boston hace unos años. Tengo dos nietas preciosas, con quienes me comunico a duras penas. Le digo siempre a Gonzalo y a mi nuera que les hablen en español, ¡su abuelo las necesita!  Mi hija Roberta tiene 33, estudió economía y vive cerca de casa. También me regaló un nieto, 5 añitos cumplió el mes pasado. Es un diablillo que adoro, y ¡ese sí que habla criollo como nosotros!

Bueno, no quiero molestarte. Espero me hayan dado el email correcto, y no estar incomodando tu vida.  Y espero con todo mi corazón que seas vos, Beth.  Tu mirada quedó en mis pupilas, para siempre…

Un gran abrazo de un viejo que aún respira.

Con afecto, Juan Pedro.

Con el pelo cano y sus manos enguantadas con arrugas que sólo trae la experiencia y la sabiduría, Elizabeth leyó cada línea con su espalda recostada en una silla, en el escritorio que su hijo le había acomodado para que se distrajera de a ratos. Sus nietos le habían enseñado, con mucha paciencia, a usar las nuevas herramientas que este siglo estaba derramando sin escrúpulos ni vergüenza.

-Mi hijito, ¿para qué quiero yo tener ese “feisbu” a esta altura de mi vida?

-Abuela, ponele onda. Yo te anoto todo. No es difícil, ya verás que podrás conectarte con gente de tu pasado, y podrás leer cosas bonitas también. Ya sabés que siempre se puede elegir, lo que no te gusta lo descartás.

-¿Y con quién voy a usar el correo electrónico?

-Con nosotros, con tu sobrina que está lejos, y con quien aparezca de a poco. Ya pediremos contacto a tu gente. Lo podes usar cuando quieras, mandar fotos, y si no te gusta no lo usas. Pero al menos, probá.

-Ufff, ustedes y estas cosas raras… Pensar que nací sin luz ni televisor.

-¡Abuela!

Elizabeth dio un sorbo a su té de menta, releyendo la pantalla una y otra vez, hasta que supo de memoria cada renglón.  Sus ojos seguían siendo los mismos que describía este señor, ahora surcados con líneas que el tiempo ingrato había escarbado. Sus labios medio abiertos, sorprendidos y mudos, esbozaban una tímida sonrisa ante la sorpresa de su asombro. Sintió su estómago retorcerse un poco, como en aquellos años, en que la gente solía decir que a veces había mariposas revoloteando dentro. Cerró sus párpados y recordó el perfume de Juan Pedro, el aroma que destilaba ese uniforme por los pasillos de la escuela N° 28, y que ella inhalaba parada en la puerta de su aula, creyendo que él nunca repararía en su interés por él.  Sabía que la miraba, que ella algo le provocaba, pero en aquellos tiempos de represión y de angustias patrióticas, era más conveniente permanecer mudos que gritar lo que el corazón sabía. Persiguiendo su aroma lo vio egresar de quinto año, altivo y buen mozo, preparado para el Liceo Militar y dejando detrás una estela de jovencitas inquietas, tal vez añorando el mismo perfume que ella ahora todavía recordaba.

Alguna vez, alguna vecina chismosa –de esas que siempre danzan con la escoba en la vereda esperando clavar el anzuelo– le había comentado que aquel Juan Pedro de su colegio se había casado joven y se había mudado a la Capital, nomás llegar Juan Domingo Perón al gobierno. Eso fue lo único que supo de aquel perfume. Hasta ahora.

De: Elizabeth Agüero

Para: Juan Pedro Montes

Asunto: Re: Soy yo

       Querido Juan Pedro,

       ¡Qué grata sorpresa me has dado! Por supuesto que te recuerdo y que tu aparición repentina me llena de alegría y melancolía también. No me incomodas en absoluto; me emocionas y puedo sentir mis lágrimas atragantadas… Gracias por los halagos y tus recuerdos. Me encantaría ver una foto de tus nietos. ¿Sabes adjuntarlas? Yo aprendí hace poquito. Te mando una imagen de nuestra juventud, a ver si recuerdas a este grupo de gente jovencita y buena moza. Mi nieto mayor me escaneó algunas para que tenga de recuerdo. No me preguntes qué es “escanear”, solo sé que ese blanco y negro de nuestra infancia ahora lo veo en una computadora.

        Yo estoy bien, con un corazón viejo pero que aún late. Mis dos hijas mujeres, las mayores, ya están casadas y de ellas tengo 2 nietos hombres, uno de cada una, y un hijo menor que tuvo 3 pequeños. ¡El más prolífero! Un nene y dos nenas, que son mi luz. Son cinco pimpollos que iluminan mis días, mis horas… una bendición de la vida. Todos sanos y felices, mis hijos, yernos, nuera y nietos. Pero todo ha costado mucho Juan Pedro… Yo no soy viuda. Desde el escritorio donde me encuentro escucho los ronquidos ensordecedores del padre de mis hijos. No sé por qué me casé con este hombre, ni por qué sigo acá todavía, en esta casa. Una vieja como uno… ¿Qué más pudo haber hecho, no?

        Gracias por aparecer así, de manera tan impredecible, como la vida.

        Me dejás sonriendo.

Un cálido abrazo,

Beth.

 

Revisó el cuadernito con las anotaciones de su nieto:

Adjuntar” —-> se abre un cuadro sobre la pantalla y elegís la carpeta que dice “Imágenes”. Haces click en la foto elegida y luego abajo presionas “Aceptar”. La foto aparecerá adjunta en tu email. El cuadradito desaparecerá solo. No presiones nada más, Abu. Te amo. Valentín.

“Mi solcito, ¡qué paciencia! Para ellos es tan fácil…”

Sonrió con orgullo a la pantalla, ganando la victoria al ver la palabra Adjunto y el pequeño clip que indicaba su éxito. Le dio enviar y suspiró con emoción.

Abrió su Facebook, no necesitaba ya mirar sus machetes. Buscó a Juan Pedro Montes, y cuando acertó reconociendo su foto de perfil le pidió amistad. Parecía una adolescente, colapsada por una hemorragia de esperanza repentina. Abrió la imagen y comprobó que su sonrisa era la misma, y que los años no le habían castigado su gracia. Aún conservaba su pelo castaño y solo algunas pocas canas. Sus ojos miel la llevaron nuevamente a los pasillos anchos y fríos de la escuela. Casi inconscientemente, perdida en sus recuerdos, acercó su cara al monitor cerrando sus ojos, inspirando profundo, esperando oler aquel perfume inolvidable.

Los ronquidos se levantaron demandando una merienda y la realidad le aplastó los sueños. Sin rendirse, cada media hora y con alguna excusa, volvía al escritorio y revisaba su correo, mientras las mariposas revoloteaban en su estómago, en su corazón y en la sangre septuagenaria que aún latía en su cuerpo.

Cuando el padre de sus hijos volvió a la cama –lugar que frecuentaba más seguido que el baño– se preparó un té de menta, se peinó y se arropó con su mejor batón para trasladarse al escritorio. Su reflejo en la pantalla le recordó que Juan Pedro no la vería. “Citas eran las de antes…”, se decía moviendo la cabeza de lado a lado, confiándose a sí misma la realidad de que nada en estos tiempos reemplazaría la emoción que provocaba mirarse a los ojos.

En Facebook, Juan Pedro había aceptado su invitación. Ella tenía una foto con sus cinco nietos en su perfil. Él le había dado “me gusta” y había comentado: “Una flor de abuela para tantos bellos nietos”. Ella le dio “me gusta” a su comentario, con un regocijo que no sentía hacía años. Abrió su correo electrónico y pegó un salto al encontrar una respuesta.

De: Juan Pedro Montes 

Para: Elizabeth Agüero 

Asunto: Re: Re: Yo, otra vez

Mi querida Beth… La alegría inmensa ha sido mía al recibir tu cálida y pronta respuesta. Ahora, solo en este salón, siento mis lágrimas en las mejillas, y no es mi soledad lo que duele, sino la tuya. ¿Cómo es que no te siento feliz, mi querida Beth?

Vi tu foto en Facebook con tus nietos, ¡tan bellos y radiantes! Y tú… intacta, con esa luz inmensa que ocultas detrás de ese escritorio. Perdona, no quiero ser impertinente, pero yo, que te recuerdo saltando llena de vida por las escalinatas de la escuela, quiero mantener ese recuerdo, de tu juventud llena de gozo e ilusiones. ¡Cuánto tiempo ha pasado, querida Beth! Quiero que sepas, que como buen hombre, criado para ser fuerte y no llorar, solo derramé lágrimas como un crío cuando mis padres murieron. Con la partida de Berta apreté las sienes y mis testículos para que mis hijos y nietos no me vean caer. Y hoy… hoy que te vuelvo a encontrar y a escribir, vuelvo a llorar. Vuelvo a sentirme vivo. ¿Será por eso que uno llora con el alma y se despoja? No, mejor no me hagas caso, Beth. Mis 75 años me han vuelto más enclenque y liviano. ¿Seré el único, Beth? ¿Tú lloras como yo? ¿Qué te hace llorar, o reír? ¿Qué o quién te mantiene con vida, mi hermosa Beth? Cuéntame cuando quieras.  Si no estoy siendo inoportuno, aquí estaré…

Con amor, Juan Pedro.

 

Elizabeth terminaba ya un paquete de pañuelos descartables, limpiándose las lágrimas y el agua que caía de su respingada nariz. Lloraba a moco tendido, no sabía si por agradecimiento a la vida que le quedaba, o por haberse equivocado tanto en su pasado. No lo sabía, pero no se moriría sin saberlo.

De: Elizabeth Agüero 

Para: Juan Pedro Montes

Asunto: Re: Re: Re: GRACIAS, con todo mi corazón…

      Mi querido Juan Pedro,

      ¿Qué si lloro? Llevo media hora llorando, y no sé si es la vejez, el té de menta que está muy cargado, o tu pincelada de realidad que me ha bajado a tierra. ¡Qué bien te expresás, mi querido! Tu llanto en esta pantalla fría te acerca a mí, porque yo también lloro al leerte y escribirte.

       Mis mayores alegrías fueron mis tres hijos, y luego mis cinco nietos. Todo lo que tenga que ver con ellos me trae alegría y satisfacción. El resto han sido trampas, Juan Pedro. Trampas de la vida, o de mí misma. ¡Qué ignorantes somos cuando nos engañamos a nosotros mismos, vendiéndonos comodidad por felicidad! ¿Es que acaso confundí los sustantivos? ¿De cuántos verbos me he perdido, Juan Pedro? Y ahora que la vida se nos escapa, ahora que miramos hacia atrás repasando la historia, ¿qué es lo que ha valido? Llora, mi querido, los hombres que aman también lloran, los que duelen y luchan sus treguas en esta vida. Los hombres que no se animan son como mi marido. Me engañó toda la vida, querido Juan Pedro, pero yo, con mis veinte y pico en flor no veía, o no quería ver lo que ya a esa altura sucedía.  Él quería hijos, y una mujer que pudiera acompañarlo, más muda que santa, creo yo. Aquí estoy, Juan Pedro. Más sola que tú, aún así en compañía.

       Perdona si me aflojo, son los años que me pesan. Que descanses, mi querido, y gracias por estar acá, aún en vida.

Un abrazo lleno de amor,

Beth.

 

Apagó el monitor y se retiró a la habitación donde dormía. Hacía años, su gato a los pies de la cama era su única compañía. Y ambos eran cómplices de cada ronquido que llegaba desde la habitación principal. Elizabeth apretaba el corazón con sus manos, permitiendo que sus lágrimas fluyeran. “No puedo verlo, pero gracias por esta alegría”. Se santiguó tanteando un rosario que guardaba bajo su almohada.

A la mañana siguiente, cuando el señor de los ronquidos lúgubres se marchó vaya a saber donde, Elizabeth se sentó en su pequeño sofá de mimbre a mirar los pájaros que visitaban diariamente su jardín de flores. El sol resplandecía con calidez. Valentín, su nieto mayor, apareció por la entrada lateral de la casa, sonriendo con su cuerpo entero.

-¡Abu Bety! ¿Estás bien?

-¡Querido mío! Claro que sí.

Se abalanzó sobre su nieto estirando las manos.

-¿Y? ¿Has usado el correo? Me olvido de preguntarte, abuela. Veo que apareces más seguido en Facebook, ¡eso está muy bien!

Elizabeth sonrió nerviosa, creyendo ya que su nieto pertenecía a la Interpol con sus conocimientos “tan avanzados” en tecnología. Tal vez descubriría que su corazón estallaba en llamas.

-Mi lindo Valentín. Me divierto de a ratos y me has enseñado muy bien. El correo también lo uso –Le guiñó el ojo con una mueca de orgullo.

-Ah, buenoooo, muy bien abuela. En cualquier momento te instalo el whatsapp en tu teléfono.

-¿El quéee? Noooo, querido. No sé de qué hablas, pero ya con lo que has hecho me has dado un poco de vida.

-¿De qué hablas vos, abuela?

-Nada, mi vida. Que ya has hecho mucho. Más de lo que imaginas…

Se le quebró la voz y sus ojos se llenaron de lágrimas.  Su nieto se arrodilló y la miró a los ojos, con todo el amor que sentía y del que era capaz.

Elizabeth, a mí no me mientas. ¿Dónde está el abuelo?

-No lo sé, mi vida. Ha salido temprano…

– Como siempre.

Valentín le secaba las lágrimas con sus dedos adolescentes. Ella se mantuvo en silencio. Miraba el jardín.

-¿Por qué llorás, abuela? Es siempre lo mismo, ¿verdad?

Respiró profundo, antes de contestar, bajito.

-Ya estoy grande, Valentín. A esta edad, la vida siempre es lo mismo…

Abuela, estás equivocada. Lamento decirte, y con diecisiete años recién cumplidos, que la vida no tiene edad, y que lo único que nos diferencia es la experiencia que vos tenés, abu, y que yo aún no vivo. Tu corazón todavía late como el mío. ¿Acaso hay algo que yo pueda sentir y que vos no puedas?  –Valentín agachó su cuerpo, esbozando una sonrisa de complicidad, acercando su cara a la de su abuela, que ya sonreía emocionada ante la madurez de ese hombrecito inquieto y sabio.

-Shhhh, no le digas a nadie. Pero buscate un amante.

-¿Qué pavadas decís? ¡Valentín!

 -Un amante abuela. No podemos vivir sin amar, sin pasión. Amante puede ser una actividad, un hobby, una amistad, una tarea diaria, una canción que te acompañe. Algo que te estruje el corazón y te quiebre el alma de emoción. ¿Te maté, eh? Ja, esto me lo enseñó mi profe de Ética Ciudadana. Yo amo a Antonella, pero ella pasará, hoy no lo sé… Mi verdadero amante es el rugby, abuela. Hoy este deporte es mi amante. -Hizo una pausa y continuó-: No le digamos a nadie, pero por favor, buscate un amante.

Elizabeth se encendió con una sonrisa transparente, acarició la cara de su nieto con ternura.

Gracias, mi cielo. Gracias por recordarme que para amar siempre hay tiempo.

Valentín le besó la frente en cámara lenta, luego se dirigió al escritorio y encendió la computadora. Elizabeth lo siguió con la mirada, tiesa en el sofá de mimbre; temiendo ser descubierta entró en pánico. Cerró sus ojos y volvió a sentir lágrimas apretando sus pupilas. Oía a su nieto teclear con una velocidad de la cual ella era incapaz. Abrió los ojos lentamente cuando el sonido del teclado enmudeció. Giró su cabeza hacia el escritorio: su nieto miraba fijo la pantalla; sonreía.

¡Abuelaaaaa! -dijo con ternura y emoción. Levantó su vista para alcanzar los ojos de ella–. Abuela de mi alma, tenés un email…

-Poli Impelli-

10 Comentarios Agrega el tuyo

  1. torpeyvago dice:

    Un gran relato. Sensible y emocionante. Creíble, verosímil. Para mí, la principal historia de amor es la del nieto con la abuela.

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    1. Poli Impelli dice:

      Gracias por tus palabras 🙂
      Efectivamente, mi idea principal cuando escribí este relato hace tanto tiempo fue mostrar algo que conozco y que me parece tan profundo y sensible: la relación entre una abuela y su nieto (en este caso).
      Gracias por pasar y comentar. Va un abrazo…

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  2. Hay historias querida amiga que tocan el alma, a veces por cercanas, otras por repetidas, pero hoy yo he llorado también! Gracias!!

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    1. Poli Impelli dice:

      Ana querida… Gracias a ti, por leer y por abrir tu alma.
      Va un abrazo infinito 🙂

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  3. Poli Impelli dice:

    Reblogueó esto en y comentado:

    A veces, la escritura se adelanta a los hechos…
    Hace unas horas escuché una historia muy similar a esta. Las coincidencias me llenaron de asombro, y juraría que en mis ojos sentí lágrimas apretadas, como las de Elizabeth.
    En honor al hermoso hombre-abuelo que me lo contó, comparto otra vez un «viejo» relato.
    Qué maravilla es hacer silencio para escuchar historias, vivencias y palabras ajenas… Gracias por compartirlas conmigo.
    A ustedes, gracias por leerme 🙂

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  4. Kari dice:

    Querida amiga me he emocionado mucho por hoy 🙂 ¡ Me encanta lo q escribís me llega al alma ¡

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    1. Poli Impelli dice:

      Muchas gracias, Kari! 🙂

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  5. lavidarealnotienebandasonora dice:

    Una historia muy humana, internet tiene muchas pegas, pero es verdad que ha ayudado a que algunas personas puedan reencontrarse a pesar de los años.

    Totalmente de acuerdo con la definición de lo que es un amante 🙂

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    1. Poli Impelli dice:

      Muchas gracias por tu comentario, un gusto que estés aquí 🙂

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      1. lavidarealnotienebandasonora dice:

        Siempre mola leer a lo demás 🙂

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