El secreto de tus ojos

Veo al camarero solitario limpiar las mesas que ya brillan, acumulando tiempo, tal vez, para poder terminar su jornada y regresar a casa. Es moreno, viste una camiseta y pantalones negros de algodón. Mira su teléfono celular cuando nadie lo ve, chatea escondido detrás de una columna. ¿Será con su mujer? ¿Amante? ¿Un amigo? Deja el teléfono en una mesa y sonríe. Es una mujer. Mira su reloj, dobla unas servilletas de papel en forma de triángulos para depositarlas en todas las mesas del salón. El servicio de restaurante abre en una hora, aún le queda tiempo de trabajo. Levanta la vista y me encuentra observándolo desde mi mesa. Le sonrío y me devuelve un intento de sonrisa. Me vuelve a mirar, pensando que puedo necesitar otro café o pedir la cuenta. “Sólo estoy observándote. Necesito escribir y aislarme un rato… Dame la oportunidad de mirarte, de saber cómo es tu vida”. Detrás de una ventana, un jarrón blanco con flores rosas artificiales nos separa. Me quedo tranquila; no hay manera de aquel chico lea lo que esconde mi mirada.

Estoy sentada afuera, en un patio exterior del local. Él abandona las servilletas y se dirige a la puerta trasera, camina por el patio y llega a mi mesa. Suelto el bolígrafo.

―Buenas tardes. ―Me sonríe.

―Hola, ¿qué tal?

―¿Necesita algo más?

―No, gracias. Sólo te observaba… Tengo que hacerle una entrevista a alguien.

―Ah… ―me mira sorprendido.

―Estás trabajando. Sólo imaginaré tu vida, y luego cuando pague mi cuenta, te leo lo que imagino. ―Le sonrío levantando mis cejas.

―Qué interesante… Ningún problema.

―¿Estás acostumbrado?

―¿A esto? No, pero dicen que siempre hay una primera vez para todo. No me mire demasiado, me sonrojo con facilidad.

Largué una carcajada.

―No te miraré, no necesito observarte más ―mentí―. Gracias.

―Permiso… ―Sonrió sorprendido, volvió a su puesto y continuó doblando servilletas, mientras yo tomé mi bolígrafo simulando no mirar hacia adentro. Escribo este diálogo. Vuelvo a levantar la mirada y nos encontramos.  Al minuto me sobresalta un ruidito en el vidrio de la ventana, a mi derecha. Levanto mis ojos. Él sonríe desde adentro y se abre un ojo con el dedo índice. Leo sus labios: “Ojo con mirarme”. Río y le miento otra vez, moviendo los labios: “no te miro, lo prometo”.

Se llama Mauricio. O Matías, o Julián. Pero tiene cara de Mauricio. Se dedica a trabajar en este bar-restaurante hace unos años; sabe exactamente dónde colocar cada servilleta, bandeja y menú en estructuradas idas y vueltas. Preciso, conoce de memoria su trabajo. Hay días en que el tiempo vuela, y otros, cuando no hay tantos clientes, puede distraerse con su teléfono y mirar el reloj cada vez que termina de preparar una mesa. Estudia una carrera, quizás un terciario. Es joven, pero se nota cansado porque en las mañanas dedica su tiempo a cursar las materias y a estudiar, hasta las 6 de la tarde que comienza su trabajo en este bar. Le gusta el fútbol pero no es tan fanático. Los fines de semana se junta con amigos y con su chica, aunque no es un tipo muy social. Es más bien solitario, y como vive solo en esta ciudad, se acostumbró a convivir consigo mismo, lejos de su familia. Es divertido, tiene un lunar pequeño en la mejilla y sus rulos le dan un aspecto gracioso. No es un gran hablador, pero es comunicativo. Por su trabajo, está acostumbrado a tratar con mucha gente diferente, entonces ha aprendido a ser paciente, comprensivo y a mantenerse en su lugar, aunque más de una vez quisiera mandar a la mierda a algún desubicado, que lo trata como un “simple camarero”  y no como un ser humano que está ganándose la vida para poder sobrevivir en esta jungla, mientras estudia y sueña despierto. Se parece a mí; decido que en esto se parece a mí…

Sonrío a mis conclusiones livianas y levanto la vista. No me equivoqué del todo: en una pantalla sobre la barra del bar, un televisor muestra la imagen de un partido de fútbol (San Lorenzo vs. Boca). Suelto el bolígrafo…

Me levanté y dejé mis pertenencias a la deriva, como si viviera todavía en Peñíscola (me olvido; no razono) y abrí la puerta. Lo miré y nos reímos.

―Sólo una cosita… ¿Sos de San Lorenzo?

Rió, y los otros dos camareros nos miraron sonriendo. Uno de ellos, el más joven, me gritó: ―¡Es un muerto!

―¿De Racing? ―le dije, sin poder controlar la risa.

“Mi” camarero interrumpió: ―Del único, del mejor… pero tampoco me desangro. Y no deje nunca su teléfono celular en una mesa.

Razoné y miré confundida hacia mi mesa. Levanté la mano a los tres y volví a mi lugar. Tomo el bolígrafo. Ok. Muy a mi pesar, decido que es de Boca. Es la única contestación posible de un bostero (Y recuerdo mi triste realidad: me persiguen contra mi voluntad. Este cristiano es bostero).

Escribo y no vuelvo mi cabeza, pero por el rabillo de mi ojo veo que sigue prendido a la pantalla, simulando ordenar un mantel amarillo en una mesa.

Era una entrevista imaginaria demasiado larga pero la hice corta, lo justo y necesario. Miro mis apuntes: mi vista baja hacia la última pregunta. Es ineludible.

Guardo mi teléfono, doy un último sorbo a mi soda y me levanto como si viviera acá (con todas mis pertenencias). Ya suelto el boli y guardo mi cuaderno…

Tres horas más tarde…

 Volví a entrar en el local y me dirigí al camarero que me atendió inicialmente. Me cobró, y “mi” camarero observado y estrujado en un papel por una loca vestida de rojo, se acercó y me señaló el cuaderno que llevaba bajo mi brazo izquierdo. Sonreí. Entró un cliente: hombre mayor, solo. Esperé a que lo atendiera y observé su sonrisa y gentileza. Volvió a mí, y le conté lo que creí adivinar en él. Intentó no reír, y en ese ínterin entraron dos parejas más que se acomodaron frente a la pantalla, en dos mesas separadas. Me volvió a mirar y supe que estaba haciendo fuerza para apagar el sonido de su risa.

―Dale, rápido. ¿En qué me equivoqué?

―No es un terciario. Es universidad.

―Bien…

―No tengo novia, pero sí alguien a quien amar. ¿Te sirve?

(Por fin me tutea) Ja, otra coincidencia, pensé sorprendida. Y reaccioné:

―¡Wow! Perfecto, punto para vos.

―El resto… no lo puedo creer. Pero no soy tan joven.

Se volvió hacia las mesas ocupadas, pero se relajó cuando vio a un compañero suyo atendiendo a las parejas.

―Bueno, me voy ―le dije― pero me queda una sola pregunta más. Es la última, la que siempre dejo para quien no conozco. A los íntimos no me hace falta preguntarles, porque los observo. Igual, si no querés, no respondés…

Pasó por delante de mí y agarró una bandeja gris, enorme, que descansaba en la barra de madera oscura.

―Diga usted…

Me reí y miré directo a sus ojos, color marrón claro. Me pareció que brillaban.

―¿Sos feliz?

Se le descolgó un poquito la mandíbula inferior y su amplia sonrisa comenzó a desvanecerse. Yo también sentí que la mía disminuía. Era probable que me mandara a la mierda, pero me quedé allí, pasmada, mirándolo fijo y sin tener certeza de pedirle disculpas, salir corriendo o prometerle que nunca más volvería a verlo. Tampoco sé por qué mis ojos se llenaron de agua, y los suyos hacían fuerza por mantenerse serenos. Detrás de nosotros el restaurante seguía su ritmo.

―No lo sé ―dijo, y me sorprendió―. Es la primera vez que me lo preguntan. ―Apretó la bandeja con sus dos manos hacia su pecho.

Asentí y acomodé mi mochila a mi espalda.

―Gracias. Fue un placer adivinarte… ―Miré por encima de su hombro al resto de los camareros―. ¡Buenas noches!

―Chau, gracias. Nos vemos… ―dije a “mi” camarero.

Ya estaba abriendo la puerta de salida y me volví ante su grito.

―¡Eh! ¿Tu nombre?

―Paola. ¿Mauricio?

Él volvió a sonreír.

―Bruja no sos, ¿verdad?

―A veces…

―Daniel. Y no soy bostero.

―Ahhh… ¡qué bueno es equivocarse!

Le di un ok con mi pulgar y salí del local, sonriendo. Creo que su último comentario me encantó; sentí alegría de haberle pifiado y recordé sus palabras: “Del único, del mejor…”. Claro, todos vemos lo nuestro o eso en lo que confiamos e idolatramos como único, como “lo mejor”. Su equipo de fútbol era lo mejor para él, y esa ya era respuesta suficiente. No quiero rebanarme los sesos intentando adivinar. Decido que es de River. Punto final. Y tan contenta me quedo…

Miré mi reloj y apuré mis pasos; llegaba con el tiempo justo a una reunión con otros escritores. Nos habíamos propuesto, en aquel entonces, escribir algo simple, liviano, natural. Y si era bien “malo”, mejor. Me reía recordando cuánto nos habíamos divertido la vez anterior,  y pensé: ¿qué les puede importar la vida de un camarero que no conocemos? Salvo que incluya lo que vi en sus ojos…

Siempre ―muy seguido― recuerdo la magnífica historia escrita por Eduardo Sacheri, y pienso en la cantidad de verdades que se filtran en nuestras miradas, en las pocas veces que nos atrevemos a mirar a los ojos: a nuestros hijos, a nuestros padres, a los amigos, a los grandes amores, a los no tan grandes, a los desconocidos… Volví a recordar todo esto y apuré el paso doblando en una esquina. Pensé en la cantidad de gente no vidente y se me estrujó el corazón, y en que todos guardamos secretos en el alma. Ojalá pudiéramos ver el secreto de los ojos en cada persona que se cruza en el camino, porque allí está lo más sublime, lo más profundo. ¡Ay, qué bendición mi vista!

Éramos cinco, y como es usual, tardamos una hora en ponernos de acuerdo: si leer en voz alta, si corregirnos entre todos, si decir la verdad o mentirnos como siempre. La motivación es escribir, pero escribir riendo. Decidimos mentirnos primero, y luego aterrizar con verdades. Uno de ellos me aconsejó quitar la palabra “mierda” (ni lo sueñen) y otra escritora, no tocar el tema fútbol.  Se armó una discusión interesante y me dediqué a escucharlos. Se me vino Els Quatre Gats a la mente (ese bar que amo tanto por su historia); imaginé las veladas literarias de los eruditos discutiendo sus asuntos artísticos de gran nivel, y no pude aguantar una carcajada. La mejor conclusión, y estuvimos todos de acuerdo, fue que los cinco habíamos escrito textos totalmente distintos, pero los temas eran similares. Y cada vez que terminábamos de leer lo propio, la frase final era la misma: “Es una porquería, lo sé”.


No tengo ánimo de corregir, ni de cambiar un borrador (sólo por esta vez, lo prometo. ESTO NO SE HACE. Que quede bien claro para cualquiera). Como soy más terca que una mula, y porque la palabra mierda es tan real como mi apellido, cuando cuento verdades no miento ;-).

Si hay algo que me parece maravilloso y placentero de escribir es que podemos reírnos de las bazofias que pueden descargar nuestras manos, en cualquier momento, y así equivocarnos mucho (¡MUCHO!); al menos yo, es la única forma de aprender que conozco. Corregir y editar me encanta, pero pido disculpas esta vez.

Si encuentras gente con quien reírte de tu porquería o de tus aciertos, aférrate a ellos (en todos los ámbitos de la vida). Y no olvides observar el secreto de sus ojos; aprenderás algo más que a reír y a escribir, pintar, cantar, correr, estudiar, trabajar, amar riendo. Serán tus mejores maestros, y podrás aportar lo tuyo. Al menos con tus risas, y tal vez con alguna pregunta «absurda»:

¿Sos feliz?

-Poli Impelli-

13 Comentarios Agrega el tuyo

  1. always nice to read you, keep it up! 🙂

    Le gusta a 1 persona

    1. Poli Impelli dice:

      Thanks so much! 🙂

      Me gusta

  2. jecallejosus dice:

    Muy buena la historia! me encantó!

    Le gusta a 1 persona

    1. Poli Impelli dice:

      Gracias, Jesús. Me alegro que te haya gustado, te agradezco tu tiempo (por leer y comentar)!
      Abrazo infinito 🙂

      Le gusta a 1 persona

      1. jecallejosus dice:

        Gracias a tí por compartir la historia! Abrzs

        Le gusta a 1 persona

  3. paumjv dice:

    Me encantó la historia, esta super bien escrita. Que interesante hacer eso =)

    Le gusta a 1 persona

    1. Poli Impelli dice:

      ¡Muchas gracias, Paulina! Sí, es muy interesante observar y mirar a los ojos, y así es como uno anda libre cuando la/o observan, porque ya sabemos de qué se trata. Se pierden los miedos, se mira la vida desde otro lugar (desde «otra mesa») y es muy, pero muy divertido también.
      Gracias por leerme y por tu comentario.
      ¡Abrazo infinito! 🙂

      Le gusta a 1 persona

  4. ¡Me encantó! No sólo como está escrito sino el tema. Tengo una amiga que solía ir a bares cuando estudiaba lectura de microexpresiones, para ver y tratar de entender a la gente. Siempre me llamó la atención y me pareció divertido, pero nunca terminé de dar el paso hacia hacerlo también, tal vez porque no era tan «mío». Nunca pensé en combinar eso con la escritura como hiciste en este caso. Creo que esa capacidad de observación tuya es una mina de oro.

    Obra maestra.

    Le gusta a 1 persona

    1. Poli Impelli dice:

      Gracias por pasar, qué placer para mí 🙂
      Yo soy una enferma de la observación, y será por mis viajes tal vez, pero llevo años sentándome sola en los bares. A cualquier hora, y escribo todo lo que veo, lo que observo, y así es como he conocido gente tan interesante también. Generalmente, se acercan a preguntarme «si estoy estudiando, y qué estudio» (algunos me han dejado hacerles entrevistas, y eso es de lo más interesante). Creo que la escritura parte de la observación. Tengo tantos textos escritos en bares que publicarlos sería más para un libro que para un espacio en las redes, jaja.
      Gracias, Kida. Sigo aprendiendo con vos 🙂

      Me gusta

  5. Me gusta tu post. Yo también soy un poco de observar a la gente e intentar adivinar su vida, es curiosidad al fin y al cabo…
    Yo soy muy feliz cuando escribo. ¡Feliz día Poli! 😀

    Le gusta a 1 persona

    1. Poli Impelli dice:

      Y si… de observación constante se trata. Felicidad compartida, entonces :-).
      ¡Feliz día para ti también! Abrazo infinito.

      Le gusta a 1 persona

  6. lideria dice:

    ¡Qué buena eres escribiendo! Aun sin revisar!!! Un abrazo infinito 🤗

    Le gusta a 1 persona

    1. Poli Impelli dice:

      Muchas gracias por comentar, y por tu abrazo infinito.¡Va otro de vuelta! 🙂

      Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.