La valija

Helena soñó que quería cerrar la valija y no podía, 

y hacía fuerza con las dos manos, y apoyaba

las rodillas sobre la valija, y se sentaba encima,

y se paraba encima, y no había caso.

La valija, que no se dejaba cerrar,

chorreaba cosas y misterios.

Los sueños del fin del exilio/1

Eduardo Galeano.

El sudor corría por su frente. Ya era tarde y, como Helena, cubrió con el peso de su cuerpo el equipaje. Abrió y cerró la valija dos veces más, aplastando lo que había dentro para darle espacio a lo que ya no cabía. Pero no había forma: la valija se resistía, y Adriana miró a su prima con el llanto en la boca.

—Es tarde y tengo que llegar a tiempo.

—¿Y si te quedas? —dijo la mujer, sonriendo.

—No puedo… no quiero. Él me espera. —Adriana la miró desde su rincón, arrodillada sobre el equipaje.

—Te voy a echar de menos… ¡Ciérrala de una vez!

—Yo también te voy a extrañar. No hay tiempo, ¡llevame!

El cierre vencido cedió por fin cargando el peso del pasado, y en presente Adriana fue arrastrada por su prima; cruzaron la ciudad atropellando lágrimas y silencios. Su valija fue la última en embarcar, y el abrazo de despedida, el primero de otros tantos.

He olvidado algo… ¿Qué es lo que he dejado? Suspendida ya en el aire, su voz le susurró hipótesis diferentes, y aunque hizo memoria repasando cada rincón de aquel apartamento no encontró respuesta para su olvido.

Entre la multitud corrió a buscar su equipaje y le costó tiempo la espera, vagando en rostros desconocidos hasta encontrar ayuda en otras manos pasajeras.

En su cuello sintió al corazón palpitar la ansiedad desbocada, porque afuera de aquel otro aeropuerto él la esperaba. Con el cansancio y su valija a cuestas tardó otro tiempo en alcanzar la puerta de salida.

Allí el frío se hizo dueño de su cuerpo, y los viajantes como hologramas se movían. Tiritando en cuerpo y alma desmayó su peso en la valija. El reloj marcó una hora en la espera, luego dos y media más, pero Adriana y la valija adormecían. ¿Qué es lo que allá dejé olvidado?

A las tres horas de espera su cuerpo congelado ya no tiritaba, y su ansiedad le dio su turno a las lágrimas contenidas. Recién en ese instante, aplastando su valija, Adriana supo que él a buscarla jamás vendría.

Helena volvía a Buenos Aires,

pero no sabía en qué idioma hablar

ni con qué dinero pagar.

Parada en la esquina de Pueyrredón y Las Heras

esperaba que pasara el 60,

que no venía, que nunca vendría.

Los sueños del fin del exilio/2

Eduardo Galeano

Llegó arrastrando a duras penas los recuerdos y su ira hasta una esquina que ya tanto conocía. Con la manga de su abrigo se limpió lo que quedaba de sus lágrimas, y con la otra entregó billetes al joven que en el mostrador atendía.

—Señorita, esto es moneda extranjera. Allá puede usted cambiar su dinero.

Adriana agradeció con una sonrisa sin vida y se liberó de la fila, recordando que el dinero se encontraba en su valija.

Haciendo caso omiso a las miradas, tiró con fuerza del cierre duro y frío. Al abrirla revolvió su ropa de verano, unos regalos y un libro que aplastado aparecía. Ese ejemplar ya no tendría dueño, pero en sus páginas guardaba unos billetes olvidados.

Pagó el transporte, se dirigió a la plataforma conocida y la encontró vacía; desde vaya a saber cuándo ahora debía atravesar un puente nuevo para llegar a su destino, y algún otro camino incierto la llevaría finalmente a casa. ¿Cómo es posible que todo tanto haya cambiado? ¿Dónde está él, si tanto había yo olvidado?

 

Se le habían roto los cristales de los anteojos

y se le habían perdido las llaves.

Ella buscaba las llaves por toda la ciudad,

a tientas, en cuatro patas, 

y cuando por fin las encontraba, las llaves le decían

que no servían para abrir sus puertas.

Los sueños del fin del exilio/3

Eduardo Galeano

 

Donde los niños y las madres solían jugar en las plazas ahora todo era edificios. En el barrio de su abuela ya la fuente de colores no existía. Algunas calles habían cambiado de sentido, y su razón se sintió abrumada y algo extraña cuando el viejo colectivo tomó una ruta que ella jamás había conocido. Si hasta por la ventana agrietada de su asiento, tal vez cuajada por un piedrazo callejero, le pareció entre nubes que el atardecer ya no era el mismo.

Con el corazón en una mano y el estómago hecho un nudo, cargó otra vez el peso arrastrando con sus manos la valija. Levantó la vista hacia el primer piso y le sorprendió el color verde de las rejas. Juraría que eran negras en otra vida.

Un joven moreno le abrió la puerta y le dio la bienvenida.

—Hola, ¿es usted nuevo? —preguntó Adriana.

—No —dijo el joven sonriendo—. Hace un año estoy sentado en esta entrada y en esta misma silla.

Llegó al primero en ascensor, descubriendo su cansancio en el espejo. Tampoco soy la misma, dijo a su mirada enrojecida. Ya sin fuerzas colocó la valija en el pasillo, y golpeó con los nudillos la vieja puerta de madera. No hubo respuestas y  quedó allí enmudecida.

—Javier… ¡Soy yo! —dijo al rato en un intento, pero su grito fue sólo un hilo de voz.

El silencio, como un monstruo detrás de la puerta, acechaba su destino y lo poco que traía. Apoyó su espalda y los nudos de su cuello en la madera, y permitió que sus rodillas se aflojaran. Llegó al suelo y sentada se enfrentó a lo que cargaba en la valija.

¡Mis llaves! De rodillas se acercó y con esfuerzo dio vuelta el equipaje, lanzando afuera todo lo que en él escondía. El teléfono móvil, que saltó desde un pequeño bolsillo, ya era de otros tiempos… tampoco le servía.  Buscó y buscó hasta en los rincones donde tal vez algo encontraría. Dejó vacía su valija.

Arrodillada en el desorden comprendió por fin su olvido; las llaves, la ausencia de Javier y mucho más que en su valija no cabía.

Adriana soñó que regresaba,

que feliz sería porque él la esperaría.

Soñó que encontraría las mismas puertas,

las mismas llaves, las mismas caras, las mismas risas.

Despertó y se dio cuenta que sólo había soñado,

y despierta descubrió que su valija aún servía.

-Poli Impelli-

13 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Antonio dice:

    hola, como estàs Poli «desaparecida»?? 🙂
    abrazos

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    1. Poli Impelli dice:

      Igualmente Antonio!!!!

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      1. Antonio dice:

        is finished cold time in Argentina??
        Here it’s begining…
        have a nice Sunday!
        hugs

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        1. Poli Impelli dice:

          Thanks! Spring flowering here 😉

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          1. Antonio dice:

            Spring is the season that I combine to you….. 🙂

            P.S.
            «Poli» is your name or nickname?

            bye Argentina

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            1. Poli Impelli dice:

              Thanks so much!
              P.S. nickname (my ID says Paola)

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          2. Antonio dice:

            It’s a name that I love very much…..
            I remember «hey Paula»….a famous sweet song (you can find it on youtube)
            bye

            Le gusta a 1 persona

  2. torpeyvago dice:

    Quien viaja mucho sabe lo que es un olvido trascendental.
    Quien viaja mucho sabe que lo que más pesa en una maleta no es el pasado ni el presente, es el futuro.

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    1. Poli Impelli dice:

      ;-).
      ¡¡¡Gracias!!!
      Abrazos de los míos…

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  3. Qué maletas más pesadas cargamos y cuántas cosas importantes dejamos olvidadas en el camino…

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    1. Poli Impelli dice:

      Así es, Ana. O las llevamos adentro y tal vez no las hemos recordado a tiempo. En la distancia se comprende qué queda y qué sigue con uno. Gracias por pasar, belleza mía!

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      1. Gracias a ti. Voy a ver si vacío mi pesada maleta!!! Besos amore

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        1. Poli Impelli dice:

          Uy qué buena actividad! ;-). Más besazos

          Le gusta a 1 persona

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