El diario de Facundo

Brindamos recién a la una, el hábito de esquivar la costumbre establecida. No era una noche distinta, con la salvedad del calendario que marcaba el término de otro año más.

La casa de mi tío era el escondite elegido: en verano su jardín relucía de noches estrelladas, el agua de la pileta nos recordaba que el primer día del año sería de juerga y mates, y una mesa larga llena de comidas caseras nos embriagaría de gratitud.  Ese es el recuerdo que tengo, el que se ha repetido en mi mente año tras año.

Aquella noche brilló como las otras tantas de cada año anterior, y después de las largas carcajadas con mis primos hasta la madrugada, nos despertó el sol empapándonos las caras al mediodía. La rutina de la fiesta se repetía, luego seguiríamos comiendo, jugando, vendrían mis tíos y abuelos y así transcurriría la tarde: pileta, risas y feliz el año nuevo.

Ese primer día del año yo tenía 10. Mi abuelo paterno tenía 78. Para mí era viejito pero no tanto, grandote pero no tanto, sabio pero no tanto, perfecto pero no tanto, aunque recuerdo más lo de sabio y perfecto que los no tanto.

Mi tía Paula llegó a las 4 de la tarde, cuando ya mi tía Carolina nos estaba regalando el permiso esperado de volver a salir al patio para disfrutar del agua y las risas hasta la noche. La cara de Paula no me dijo nada y a la vez me dijo todo: supe que algo había sucedido, aunque jamás imaginé que en la primera tarde de ese nuevo año lloverían lágrimas, y que vería a mis padres achicharrarse intentando disimular algo que era imposible. Luego aprendí que a eso se le llama tristeza, desolación. No imaginé que Paula venía sin su traje de baño, sin ganas de nada. Tampoco me imaginé que mis primitos más pequeños seguirían su tarde normalmente, ¿acaso no podía yo hacer lo mismo? No pude. Quise sentirme un nene que no entiende nada pero entendí todo.

Sabíamos que el abuelo tenía algo raro en su cabeza, sabíamos porque con dos clicks ya estábamos enterados de todo, y a mi hermana mayor y a mí no se nos pasaba nada. Sin embargo, nosotros lo veíamos tan bien y lleno de vida que no imaginamos un desenlace rápido, mucho menos después de esa noche anterior. Lo habíamos visto comer, tomar y había reído mucho, aunque después del brindis hubiera insistido en acostarse. Dijo que necesitaba dormir.

«Qué mala onda, abu», le dijimos bromeando y lo llenamos de abrazos. Él rio y luego le pidió a mi abuela que lo llevara a casa porque ya se sentía cansado. Nos despedimos con abrazos como siempre… nos llenó de besos como siempre.

Hoy tengo 20 años y ese año nuevo ha quedado grabado en mi línea histórica, lo recuerdo con una nitidez única, como si hubiera sucedido ayer y hoy fuera 1 de Enero.

Ese año nuevo me llenó de angustia y a la vez de una emoción desconocida.

Ahora que ya he abrazado lo suficiente, ahora que ya he amado y me he despedido y reencontrado con abrazos, vuelvo a sentir ese último apretón de mi abuelo, entero, fresco y eterno…

Ahora soy yo el que abraza al nene que fui y lo invito a que vuelva a llorar, a que vuelva a sentir aquel brindis, las risas de sus primos, el agua cristalina de la pileta de sus tíos y todo lo que agudiza los sentidos en el festejo de año nuevo cuando uno es niño.

Intento no hacer tanta memoria pero sé que la razón es el dolor. Yo sí acompañé a papá y no me quedé con mi tía simulando un día más. Yo sí estuve, y recuerdo con nitidez su entierro, la imagen clara que la inocencia todavía me permite.

Hubo más melancolía que llantos, hubo más recuerdos buenos que desgarros.

Hoy vuelvo a abrazar al Facu de 10 años para que no se entristezca tanto, para que no se pierda en los recuerdos queriendo traer ese algo nebuloso del pasado.

Aprendí que cada año nuevo llega con oportunidades que desconocemos y, a veces, el primer día del año nos puede dejar caer la sorpresa, triste o buena, de aprender algo nuevo.

Creo que la vida se estruja en pasos pequeños, se engrandece con golpes y se humaniza con algunas bendiciones. La muerte de los que amamos también es un camino que se aprende, se abraza y se siente. ¿Por qué siento ahora mismo que me debo a mí mismo escribir esto?

Cada año nuevo recuerdo a mi abuelo. Cada año nuevo sonrío al cielo, agradezco y estoy alerta para disfrutar del combo, porque no sé con qué me encontraré este año, y no sé si desde ese mismo día tendré algo nuevo que recordar aunque pase el tiempo.

Por las dudas, este año brindaré otra vez sonriendo.

Facundo

Abril, 2018

Poli Impelli

5 Comentarios Agrega el tuyo

  1. carlos dice:

    Los recuerdos, por mucho que los distorsione el paso del tiempo, son como los cimientos para un castillo de viento. Nos mantienen en pie. Un abrazo.

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    1. Poli Impelli dice:

      Gracias, Carlos. Son un tesoro. Abrazo de vuelta para ti 🙂

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  2. elcieloyelinfierno dice:

    Por cierto, sin dejar de traer a nuestra mente; emociones y pensamientos aun positivos o negativos. Pero debemos dejarlos ir. Porque aun recordando los buenos, nos provoca el dolor de la ausencia, de quien perdimos. Tengamos esa «mágica ilusión» de que se fue de vacaciones y pronto nos reencontraremos. Un cálido saludo.

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  3. elcieloyelinfierno dice:

    Brillante y conmovedora entrada! Muy buena narrativa. de tiempos muy felices allá lejos en el tiempo. Hasta que sucede lo inesperado…inmenso dolor y desconcierto. Pero la vida; nos regala la posibilidad de botar como la basura de nuestra casa, aquel pasado doloroso. al igual que el futuro incierto.

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    1. Poli Impelli dice:

      Muchas gracias por pasar y dejar tu comentario 🙂 Coincido.

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