Un pisco con Mario Vargas Llosa

          Si de grandes se trata…

          Alfredo Barnechea García (1952) es un escritor, periodista y político peruano. Como periodista, en el Perú se ha desempeñado como columnista en el semanario Caretas y ha sido publicado en más de cuarenta periódicos de América Latina y en El País de España. En la década de 1980, destacó como conductor del programa televisivo “Contacto Directo” de América Televisión, en el que entrevistó a destacadas figuras del mundo literario y la política.

        Leyendo uno de sus libros (Peregrinos de la lengua. Confesiones de los grandes autores latinoamericanos), sus incisivas preguntas y su respeto ante cada figura, en este caso del mundo literario, me generaron la inquietud de compartir esas maravillosas entrevistas. Son demasiado largas, ricas y extensas como para transcribirlas; sólo dejo aquí extractos de ellas.  Me quedo con lo que más me interesó, porque como sabemos, podemos no estar de acuerdo, pero de los grandes siempre se aprende.

Como decía, un pisco con Mario Vargas Llosa…

Alfredo Barnechea (AB): ¿En qué momento exacto comenzaste a escribir? En una entrevista (con Gérard de Cortanze) has dicho que comenzaste a escribir en el Leoncio Prado.

Mario Vargas Llosa (MVLL): Mira, comencé a escribir mucho antes, pero de una manera informal, sin tener conciencia de que aquello que hacía manifestaba una vocación. Creo que los primeros síntomas de una vocación aparecieron casi con los comienzos de mi fascinación con la lectura. Estoy seguro de haber escrito ―en Bolivia, antes de haber cumplido los diez años, que es la época en que yo regresé al Perú― como jugando, continuaciones de las historias que leía, de los libros de aventura que me deslumbraron, y que se convirtieron en una fuente maravillosa de diversión. Haber continuado las historias, o hecho remiendos, o haberles cambiado los finales. Si hay alguna manifestación de una vocación en mis años de infancia, seguramente fue ésa. Y estuvo íntimamente ligada a la lectura, la gran experiencia de mi infancia, seguramente el gran impulso para mi vocación de escritor.

(AB): Uno de los grandes temas de El pez en el agua es la relación con tu padre. Muchísimos novelistas han carecido de esa relación padre-hijo. Sartre no la tuvo. Cortázar fue abandonado por su padre a los seis años, Camus no conoció al suyo. ¿Tú crees que esa carencia causa la necesidad de reconstituir un orden simbólico?

(MVLL): Mira, yo creo que toda generalización es arriesgada, porque la vocación literaria es expresión de la totalidad de la persona, de todo un complejo sistema de múltiples relaciones: de un hombre con el mundo, con otros seres humanos, con su familia, con su época. Todo eso se estructura de una cierta manera que cuaja en una vocación. Y no creo que se pueda asimilar fácilmente una experiencia a otra. De lo único que estoy seguro respecto de una vocación literaria es que en ella, de alguna manera, se expresa una ruptura con el mundo, con la realidad, con el tiempo, con la sociedad en la que vives. Esa necesidad de crear un mundo diferente con palabras, con la fantasía, expresa una fuga del mundo real, que es un rechazo del mismo, y eso solamente se puede explicar porque el mundo real, o te queda chico, o te queda grande, o no te sientes adaptado a él. Ahora, las razones de la ruptura, de esa necesidad de entrar en entredicho con el mundo, son infinitas. Pero creo que ir más allá sólo se puede hacer yendo a casos específicos, viendo en cada caso dónde estuvo el desajuste que lleva a esa persona particular a tratar de crear un mundo ficticio.      En mi propio caso tampoco lo sé con certeza. Creo que hay algunos factores que sí son importantes. La relación con mi padre es uno de ellos. No creo que sea la única explicación, pero el hecho de que mi padre fuera hostil a la literatura sin duda reafirmó mi vocación.

(AB): Pero por lo que cuentas, no fue el origen, como algunos podrían creer leyendo El pez en el agua.

(MVLL): No, el origen fue anterior. Cuando yo conocí a mi padre, ya escribía. Bueno, escribía como jugando naturalmente, pero leía vorazmente, y escribía poemas, y pequeñas historias, algo que la familia de mi madre más bien me había estimulado y les había divertido verme hacer. Cuando mi padre tuvo una actitud muy crítica a eso, a mí eso me hizo por primera vez entender ese juego como una vocación, como algo importante y, además, como algo que podía generar hostilidad, rechazo, de una persona que para mí era la tiranía, la prepotencia… En un chico rebelde, eso tiene que haber sido una manera de excitar su rebeldía, y al mismo tiempo de manifestar una resistencia a una autoridad que detestaba. Ahora, no creo que sea el único factor ni muchísimo menos. Creo que no hay un factor único, sino un complejo de razones las que están detrás de una vocación. Entre ellas lo que Sartre llama la elección, ¿no? En algún momento tú eliges ser un escritor.

(AB): En tu caso, ¿esa elección cuándo se produjo?

(MVLL): En los años de la universidad. No sé exactamente el momento, pero fue en esos años, entre 1953 y 1958, cuando me fue cada vez más evidente que lo que me interesaba de verdad era escribir.

(AB): …Hemos hablado de la vocación. Ése es un tema sobre el que has reflexionado mucho desde aquel ensayo sobre «Sebastián Salazar Bondy y la vocación del escritor en el Perú». ¿Pero cuándo descubriste que tenías que ser un escritor «moderno»? Es decir, un escritor que se escapara de la novela que se escribía en el Perú o que se escribía en América Latina.

(MVLL): Una de las primeras cosas en serio que escribí fue una obra de teatro, una obrita de teatro, que se llamó La huida del Inca, que la escribí…

(AB): En quinto de media.

(MVLL): No, antes. Yo estudié el quinto de media en Piura, pero la llevé a Piura ya escrita. O sea, la debo de haber escrito en 1951, cuando estaba en el cuarto año de media, en el Leoncio Prado. Sí, allí la he escrito.

(AB): Has dicho: «La primera cosa que escribí en serio».

(MVLL): Digo en serio, porque es una cosa que reescribí, es decir, no fue una improvisación. Esa obrita es una cosa que ocurre en el pasado, pero ni siquiera toda la obra, porque ella tiene un prólogo y un epílogo que ocurre en nuestra época. No sé, era un explorador que se perdía en el Cuzco y se encontraba con un indio viejo que le contaba la historia. Bueno, creo que es el único texto que he escrito en mi vida que no sea contemporáneo, con la excepción quizá de La guerra del fin del mundo. O sea que nunca…

(AB): … tuviste interés en el naturalismo o en los temas «telúricos» o históricos.

(MVLL): Nunca. Nunca me sentí atraído a las reconstrucciones históricas. Y creo que es tiene que ver con mi predisposición hacia el realismo. El realismo te empuja a la vida contemporánea.

(AB): Estamos hablando de los «temas». Pero en cuanto a las «formas», ¿en qué momento sentiste que debías romper con el lenguaje de la novela peruana anterior a ti? Ésa era mi pregunta: ¿en qué momento decidiste que debías ser un escritor «moderno»?

(MVLL): La forma… Mira, yo creo que el descubrimiento de la forma para mí fue… Faulkner. Leí a Faulkner en la universidad, desde el primer año de Letras. Creo que la primera cosa de Faulkner que leí fue Las palmeras salvajes, en la traducción de Borges, de Emecé. En mis años de  San Marcos leí, releí a Faulkner, que me deslumbró por la manera en que construía sus historias, por la manera como jugaba con el tiempo, cómo mudaba de narradores, de puntos de vista, de perspectiva, cómo hacía correr la anécdota hacia el pasado, hacia el futuro, te cambiaba las atmósferas, te creaba ambigüedades. Faulkner me enseñó todas las posibilidades del lenguaje, y sobre todo del orden narrativo.

(AB): Has dicho varias veces que Faulkner fue el primero que leíste «con lápiz y papel». ¿En ese momento o más tarde?

(MVLL): No, en ese momento. No sé si quedan en mi biblioteca los libros de Faulkner en los que hice apuntes, tratando de desentrañar sus estructuras: de aquí hasta aquí, quien cuenta la historia es este personaje; en esta otra parte, es un personaje que no es de la novela, o sea, es un narrador omnisciente. Esas cosas yo las aprendí, no en clases universitarias, sino leyendo a Faulkner. Me interesó muchísimo la forma narrativa desde entonces, y empecé a identificar rápidamente qué cosa es un punto de vista, qué cosa es un narrador implicado y un narrador omnisciente, esas cosas que un lector normal no tiene por qué saber pero que son las que determinan la coherencia o incoherencia de una historia. Sí, sin ninguna duda, el gran ejemplo, el gran modelo para mí fue Faulkner.

(AB): ¿Qué te enseñó Hemingway?

(MVLL): Hemingway me enseñó a ocultar cosas. El dato escondido. Ése fue un recurso que él manejaba maravillosamente. El no decirlo todo. Narrar por omisión. El elemento añadido se convertía de pronto en un silencio, en un hiato o en un hipérbaton. Y, a veces, ocultar temporalmente una cosa, descolocarla en la cronología de la historia para que ese silencio creara un suspenso, para que sólo los efectos del dato, como un eco, llegaran a la historia.

(AB): Un tema sartreano que estaba en La ciudad y los perros era el de la elección, el de la libertad.

(MVLL): Sí. Mira, yo quisiera agregar otro autor, que creo que tampoco ha sido debidamente mencionado a propósito de mis novelas, y que para mí fue importantísimo en esos años: Malraux. Yo leí con deslumbramiento a Malraux. La condición humana es una de mis grandes experiencias de lector. (…) Ese libro me marcó profundamente. (…) Marlaux influyó en mí en eso de comprometerse, de sentir la acción como una experiencia que se puede volcar en literatura. (…) Siempre fue un autor muy importante para mí, a quien después he releído, siempre con gran admiración. Recuerdo haber oído su discurso cuando la muerte de Le Corbusier, y  haber sentido envidia frente a esa inteligencia tan brillante y elocuente.

(AB): Muchos jóvenes seguían a Sartre, pero acaso pocos hubiera querido ser Sartre y en cambio hubiesen amado ser Camus o ser Malraux.

(MVLL): No, yo sí hubiera querido ser Sartre. Yo hubiera querido dirigir una gran revista como Les Temps Modernes, participar con la autoridad de alguien como Sartre en lo que eran los grandes debates de la sociedad de mi tiempo, ser esa especie de conciencia moral…

(AB): ¿Pero no te has convertido, al menos en lengua española, en algo muy parecido a eso?

(MVLL): Bueno, pero hay una diferencia fundamental del Perú a Francia, es decir, a un país donde las ideas son siempre importantes, ¿no es verdad? Hoy en día en Francia hay pensadores mucho menos importantes que los que tuvo hace treinta años, pero todavía las ideas son grandes protagonistas de la vida francesa. En el Perú las ideas importan muy poco. Ellas se utilizan

(AB): Hemos hablado de Faulkner, Sartre, Malraux. ¿Qué otros escritores influyeron sobre ti después?

(MVLL): Después, muchos. Desde que llegué a Europa, sobre todo los autores del XIX. Leer a Tolstoi, por ejemplo. Recuerdo clarísimamente haber leído Guerra y paz en mis primeras vacaciones en Francia, en el tomo de La Pleaide. Esa novela me dio un apetito de totalidad, reforzó mi ambición de escribir una novela que se comiera el mundo entero, creara un mundo paralelo, más grande y más complejo que el real. Aunque yo creo que todo eso estaba ya en las novelas de caballería…

(AB): Recuerdo una noche en Boston, septiembre u octubre de 1990. Acababas de salir de la campaña, pero hablamos toda la noche de literatura y nada, curiosamente, de política. Como si estuvieras de vuelta, para siempre, de esa vida. Me hablaste de los autores latinoamericanos que tú creías que «quedarían». Te decía que estoy leyendo Millenium de Fernández-Armesto, donde dice que quiere describir la historia de estos últimos mil años desde el punto de vista de un futuro museo galáctico. ¿Cómo crees que se juzgue el boom de la literatura latinoamericana contemporánea desde esa remota perspectiva?

(MVLL): Es tan difícil, ¿no? Ésa es una especie de fantasía que no tiene… Mira, seguridad. Borges. Borges ha revolucionado la lengua.

(AB): Como Darío ―sobre quien escribiste tu primera tesis universitaria― lo hizo a fines del siglo pasado…

(MVLL): Pero Darío revolucionó la lengua española. Borges ha revolucionado no sólo nuestra lengua sino la literatura de este siglo. Y por otro lado es un esfuerzo en dirección inversa al de Darío, ¿no?, en busca de esa concisión y erudición, en contra de la exuberancia, algo que Darío llevó a veces hasta la desmesura.

(AB): ¿Aparte de Borges?

(MVLL): Cien años de soledad creo que quedará como uno de los grandes libros en la historia de la novela. En cambio una novela que admiramos mucho cuando salió, que influyó tanto sobre tantos, Rayuela, la veo ahora como algo más perecedero. Probablemente, lo más durable de Cortázar sean sus cuentos.

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(AB): ¿Qué hubiera sido de Mario Vargas Llosa si se hubiera quedado en el Perú?

(MVLL): ¿Si no salgo del Perú? Creo que no hubiera llegado a ninguna parte.

(AB): Recuerdo una entrevista donde dices de Faulkner: «Tal vez Oxford le resultó una prisión, pero quedarse allí fue el precio que pagó por escribir obras maestras». ¿No crees que tú…?

(MVLL): Yo creo que la vida en el Perú me hubiera ido arrastrando hacia la frustración. Hubiera tenido que ganarme la vida fundamentalmente, y eso en el Perú hubiera significado lo que significó hasta que salí a Europa: dedicar la mayor parte de mi tiempo y mi energía a los trabajos alimenticios. En Europa tuve la suerte extraordinaria de encontrar trabajos que me dejaban tiempo libre para escribir, disciplinadamente, que es la única manera como yo puedo escribir. Quizá algunos escritores excepcionales puedan escribir por ratos, puedan hacer otras cosas y entonces, de pronto, un domingo producen algo. En mi caso eso es imposible. En mí crear es un trabajo, un esfuerzo sostenido, una disciplina, y para eso necesitas tiempo. Desde el punto de vista práctico fue fundamental, pero creo que también fue importantísimo en otro sentido: en el Perú, como en todo país subdesarrollado, tú con un cuento pasas a ser un escritor, reconocido y hasta famoso. Ésa es una manera rápida de castrar a un escritor. Aquí en Europa ―donde hay tantos escritores― tú no existes, y, para existir, tienes que demostrar que eres capaz de escribir, y escribir mucho y bien, pues hay muchos escritores. Y descubres que no te puedes dormir sobre los laureles porque los laureles cuesta mucho trabajo ganarlos. Eso para mí fue fundamental. A mi vocación le dio un rigor, una seriedad, que probablemente no hubiera tenido si me quedaba en Lima, donde ya estaba yo entronizado como escritor, en 1958, por haber ganado apenas un concurso de cuentos.

(AB): Tú me decías en una entrevista: «Me entristece muchísimo la imagen del escritor que de pronto se calla». Seguramente estabas pensando en casos célebres y universales como el de Rimbaud. Pero en El pez en el agua escribiste algo que me impresionó mucho: hablaste de esos escritores que surgen «y luego se afantasman».

(MVLL): Se afantasman, se pierden.

(AB): ¿Qué es lo que causa que eso ocurra en América Latina?

(MVLL): Mira, no sé si hay muchos de esos casos en América Latina.  A mí me han fascinado muchos de esos casos en el Perú. Los jóvenes príncipes que todos hemos conocido, que iban a ser los grandes talentos, los grandes creadores, que parecían totalmente dotados, y luego resultan unos fatuos. Bueno, yo creo que hay un ambiente muy indolente, corrosivo, por falta de unos patrones culturales establecidos que exijan, que estimulen, y que, además, fiscalicen a los falsos valores. (…) Parece que va a ser una gran cosa en la vida, y después es un periodista mediocre, oscuro. Por decisión propia: él tiene la idea que, en el Perú, quien no se jode, jode a los demás, y decide joderse para no joder a nadie. Es una manera de decir: ser escritor en el Perú es eso, esa porquería, y yo prefiero no ser eso. Prefiero ser nadie…

(AB): En cierta medida, hay que defender la ambición. ¿Se puede ser un gran escritor sin ambición?

(MVLL): Es imposible. La ambición te lleva a grandes proyectos. Pero la disciplina tiene que ser la otra cara de la ambición.

(AB): Aunque has escrito extensamente ―en tus novelas, en tus memorias y en tus artículos― acerca de tu infancia y tu adolescencia, quisiera terminarla ahora desde la siguiente perspectiva. Sartre dijo una cosa hermosa cuando murió Merleau-Ponty: «La felicidad de todo hombre depende de un cierto equilibrio entre aquello que la infancia le dio y aquello que la infancia le quitó». ¿Qué te dio y qué te quitó la infancia? ¿No hay nada que agregar a lo que ya está respondido en tus libros?

(MVLL): Ya ves por qué me deslumbró Sartre, ¿no? ¡Qué bonito! Bueno, seguramente en mis libros hay alguna respuesta a esa pregunta. La infancia me dio apetitos, fantasías. En mi infancia surgió mi vocación literaria, mi necesidad de reemplazar con fantasías, con invenciones, con palabras, todo lo que no tengo. Eso es mi infancia.

(AB): ¿Qué te quitó?

(MVLL): Bueno, mi infancia, pese a que por un lado tuvo un entorno maravilloso, que fue el de mi familia materna, fue una infancia sin padre, que es una ausencia terrible, que hizo de mí un ser distinto a otros muchachos. Sufrí. Sí, se puede decir ya ahora. Sufrí mucho. Por eso escribir El pez en el agua fue reabrir una herida que ardía. Y luego cuando esa ausencia apareció, fue una pesadilla. Es el hecho central de mi infancia.

(AB): En marzo cumples sesenta años. ¿Qué sientes que te falta por hacer?

(MVLL): Tengo más proyectos que tiempo disponible.

(AB): ¿Nunca has tenido un momento de desánimo en tu carrera?

(MVLL): Sobre temas, nunca. Tengo desánimos como todo el mundo, pero el fantasma de la página en blanco no lo conozco.

(AB): Me hablabas de tus proyectos.

(MVLL): Quiero hacer la novela sobre Flora Tristán, que a mí me ilusiona enormemente. Quiero escribir una novela sobre la muerte de Trujillo. Un ensayo que se llame La tentación de lo imposible sobre Los miserables de Víctor Hugo, como hice con Madame Bovary, que tengo avanzado ―he hecho tres capítulos y muchas notas. ¡Escribir es vivir tantas cosas!

(AB): ¿Te gustaría terminar tu vida en el Perú?

(MVLL): No está entre mis planes volver al Perú y, en todo caso, si vuelvo, seguiré viviendo entre Europa y el Perú. Me siento hoy en día tan europeo como latinoamericano. Nunca he pensado ―y ahora menos que nunca― que haya un incompatibilidad entre ambas cosas.

Madrid, 1996

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Gracias a Carlos José Ferrari y a Beatriz Josefina de Ilzarbe, quienes a través de su hija (María Julieta Ferrari) y del tiempo me entregaron este añejo tesoro en mis manos.

-Poli Impelli-

 

 

8 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Daniel Gregg dice:

    Yo conocía a Vargas Llosa como articulista, y lo admiraba no tanto por lo que decía sino por cómo lo decía. Pero nunca me atreví a leer ninguna de sus novelas, debido a mis prejuicios (por cierto, los prejuicios que podemos tener, en muchas ocasiones se nos vuelven en contra nuestra, y eso me ocurrió con este escritor, y aún más con Gabo). Pensaba, equivocadamente, que era un escritor plúmbeo, como poco. Hasta que alguien me recomendó esa novela sobre la muerte de Trujillo que apunta en la gran entrevista que has regalado a tus lectores: La fiesta del Chivo. Quedé tan sorprendido que me llamé a mí mismo burro, burro y reburro por haber podido perderme, de haber seguido con esos prejuicios, una novela como esa. Luego leí Travesuras de la niña mala, magnífica novela también que se ha querido vender -quizá con la connivencia del propio autor- como una pieza erótica cuando no deja de ser una bellísima historia de amor (aunque, ahora que me leo y me da por pensar, quizás amor y erotismo no estén tan alejados como parece ser).

    Antes mencioné de pasada a Gabriel García Márquez. Es conocida la historia entre él y Vargas Llosa -con una mujer de por medio, claro- que terminó con un ojo morado adornando el rostro bigotudo del bueno de Gabo. Si no la conoces, te invito a investigarla y, si quieres, a escribir sobre ella. Soy así de espléndido, jajajaaa

    Gracias por este regalo 🙂

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    1. Poli Impelli dice:

      Jajaja, si me das letra, no me demoro!
      Yo tampoco soy «amante» de ninguno, leo a todos y lo que me gusta, me gusta. Lo que no, así seas Borges o Gabo, pues nada. Yo, por suerte, soy yo, y tengo mis gustos. Pero sí que uno puede descubrir un mundo cuando se libera de los prejuicios, en todos los aspectos de la vida, claro.
      Las entrevistas de Barnechea valen la pena. Escarba hasta donde puede, y no siempre recibe respuestas «amorosas», jaja.
      Gracias por pasar y dejar tu comentario, un placer para mí 🙂

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  2. Esperanza E. Vargas (sadeyes) dice:

    Me ha gustado mucho la entrevista, hay tantas cosas que aprender de los grandes escritores.
    Gracias Poli, un abrazo y un gusto leerte

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    1. Poli Impelli dice:

      Gracias, Esperanza!
      Puede que no nos guste el autor, o que no hayamos leído mucho de ellos, pero por eso me gusta saber qué piensan, qué generan, qué saben, qué dejan como legado. A mí Borges jamás me ha hecho sentir gran cosa, y es uno de los mejores y de mí país. Y siempre lo será: ¿cómo no escucharlo, cómo no aprender de él? Lo mismo con tantos otros. Hay muchísimo qué aprender, no por nada han llegado a ser iconos de la literatura más allá de los géneros.
      Gracias a ti, una vez más! 🙂

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      1. Esperanza E. Vargas (sadeyes) dice:

        Tienes toda la razon, me gusta como piensas,
        Y también me gusta mucho aprender de todos.

        Un beso mi Poli, me ha gustado mucho leerte

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        1. Poli Impelli dice:

          Se nota en tu poesía 😉
          ¡Gracias!

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  3. japfernandez dice:

    Nunca me ha gustado Vargs Llosa. Más un feeling personal que otra cosa, pero no me gusta nada… 😦

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    1. Poli Impelli dice:

      A mí tampoco me gusta (como Borges y tantos más).
      Pero por eso los leo, porque siempre tienen y tendrán mucho para decir que yo nunca sabré (aunque no me gusten) 😉
      ¡Gracias por pasar! 🙂

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