Amor de Juventud

Recién llego, acomodo mi ropa, y siento a mi izquierda la vida pasar en calles arropadas de aroma a turismo y primavera alrededor un antiguo hotel de la ciudad condal. A mi derecha, me arrodillo a observar por la mirilla de un ventanal, y un amplio patio interno me devuelve un par de enredaderas y flores sin aroma. En mi curiosidad, la encuentro sin que me descubra: elegante con su vestido floreado y su melena gris, sostiene en sus manos un libro añejo de tapa naranja y amarilla, donde intuyo se esconden versos que alguna vez recibió de otras manos. Desde algún lugar que no alcanzo a ver, una puerta en planta baja se abre, y él avanza con lentitud hacia ella. La mira dejando su sombrero negro a un costado, tal vez esperando encontrar el pasado en esos ojos, perdidos durante tantos años en un geriátrico de mala muerte. Se acerca ansioso por regalarle un poco de vida y del amor que alguna vez le tuvo, cuando las cenizas de sus cabellos eran látigos morenos de brillo y éxtasis, cuando aún podía recordar su nombre y sentir su cuerpo vibrar junto al suyo.  Él extendió sus manos, le tomó el rostro, sostuvo su barbilla y le acercó su boca, envejecida por tantos cigarros y café ennegrecido que los bares del Barrio Gótico le habían permitido saborear.  Ella le devolvió la mirada sin asombro pero sonrió.  Sus ojos brillaron de golpe, quizá preparando alguna incipiente lágrima. Su boca respiró del letargo el Alzheimer, y yo, inescrupuloso y espía detrás de una puerta, pude oír su voz repleta de experiencia y juventud:

 —Amor, por fin. Has venido a verme…

– Poli Impelli –

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