Eclipse

Borges dice que la amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras fases de esta confusión que es la vida. «He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola».

Lo tenía anotado, no suelo memorizar citas de Borges. Me decido a escribir y vuelvo a rebuscar entre mis papeles y la encuentro. A la cita. A Laura la miro de reojo y muerdo mi risa. Va y viene, no frena. Levanta la voz mientras riega una planta, con su ojo izquierdo repasa la tarea que se le viene encima: pintar nuevamente la pared de la huerta. Con el otro ojo me observa como un marciano queriendo saber qué c… estoy escribiendo. La conozco, yo más me río.

—No me molestes —digo, antes de que se entrometa. Ella sonríe de costado.

Anoche conversamos sobre las parejas. En general, no las nuestras, aunque estaban subrepticiamente involucradas en nuestras palabras. Mirábamos la luna perfecta, majestuosamente redonda sobre el mar. No necesitamos luz artificial, porque la de ella alumbra unos cuantos kilómetros de agua, arena, parte del pueblo y nos llega de rebote hasta la terraza de Laura. Un espectáculo que día a día nos hace trabajar los sentidos. ¿Cómo no? Y anoche dije, recordando el pasado: «Qué jóvenes y pelotudas éramos cuando nos dejábamos llevar por la atracción física. Un imán efímero, la belleza es relativa».

Cuando hablo así, Laura me mira, se queda pensativa a lo Platón y luego no aguanta: suelta su risa entre dientes. Yo, que ya conozco su fase platoniana-salvaje, suelo hacer ese tipo de comentarios a propósito. Me encanta cuando no entiende nada o entiende todo, pero se ríe. Ella no suele reírse seguido, la vida le aplastó las ganas y nunca quiso volver a tenerlas. Y yo me río por todo, no porque no haya sentido los aplastes, sino porque siempre tengo ganas.

Ella sabe que yo no congenio con el hombre que hoy tiene a su lado, no la nutre ni la hace crecer en ningún aspecto de su vida, pero ella acepta que lo que yo pienso y sigue. Y yo acepto que ella se quiera poco todavía y sigo. En vez de darme la razón, evita el conflicto. Yo lo busco para que despierte de su trance infinito.

—Reíte. Sabés perfectamente a lo que me refiero —digo ahora, absorbiendo la asquerosidad de un mate lavado.  Mío, por supuesto. Los de Laura siempre saben a calor maternal, a cuidado, a huerta natural, a nuestro país.

Anoche se levantó y buscó una cerveza. A veces creo que no va a salir otra vez a la noche, que me va a mandar a la mierda. Sería siempre lo correcto.

—Y vos sabés perfectamente que yo no sé estar sola —soltó desde la puerta. Sentí el click divino del destape de la lata. No sé por qué ese sonido me eriza la piel si yo no tomo cerveza.

La miré y sonreí. Respiré profundo y me comí la luna, un castillo medieval y el Mediterráneo. Moví la cabeza de lado a lado. Me recordé: yo tampoco lo sabía, y es muy probable que me siga equivocando. Apuestas.

Sobre el reflejo de la ondulación del agua, allá abajo, vi la película de mi vida marcha atrás. No había imaginado jamás tener la vida que tengo ahora. A veces (muchas) es difícil, pero es verdadera. Me pregunto si la vida de Laura es verdadera, aunque sea difícil.

Me está mirando con picardía y sé que la heredó de su padre. Eso puede ser explosión sin aviso.

—Ni se te ocurra escribir sobre mí —dice, y levanta la manguera en posición de ataque.

—Ni se te ocurra mojar mis cuadernos porque serás cadáver. Y no pidas imposibles.

Vuelve a reírse y me pide un favor, algo que he escuchado de otras bocas, en otras oportunidades, y que seguro seguiré escuchando.

—Mirá, por lo menos describime como una mujer normal, con un cuerpo escultural, divina, sin juanetes y si podés, con el tipo de mis sueños. Vos ya sabés cómo es, pedorra.

Sonrío abiertamente y observo a mi izquierda la misma imagen de la noche anterior, pero el protagonista es el sol. El dorado del reflejo sobre las cabecitas de la gente en el agua me recuerda a un cuento que leí cuando era pequeña. Esa misma imagen la tenía enfrente. Las personas parecen hormiguitas desde la terraza de Laura, y yo me siento inmensa solamente por poder verlas desde arriba. Siempre desde otro lugar, las cosas se ven distintas. Por eso suelo subirme a una silla, a una mesa, a una montaña o colina si necesito observar algo desde otra óptica. Incluso, si es mi vida.

—Yo no miento, ni cuando hablo ni cuando escribo, lo siento mucho.

El agua de la manguera llegó de lleno a mi cabeza, pegué un salto abriendo la boca como jarra de sangría, me tropecé con una pata de otra silla y la miré aguantando la risa. Giré para ver mis cuadernos, salpicados, pero sabía que podría rescatar lo que ahora transcribo en mi ordenador.

Era tal el calor que fue un refresco bienvenido. Armamos el campamento en diez minutos y bajamos a la playa. Allí dejé mis palabras, en el «yo no miento…».

Estoy pasada de belleza en mi cerebro y espíritu. Ojalá quede para siempre, ojalá no se me borre el canto de los pájaros, el aroma a sal, el dorado y el plateado, la luna y el sol de este lugar. Ojalá algún día encuentre esto en algún lado, para recordar que todo lo que no imagino puede ser posible luego, si estoy viva. Y ojalá, otra vez, pueda amar las diferencias.

Laura está convencida de que existe una ley universal del orden, y que los sábados es obligatorio cumplir con esa ley. Se despierta con la idea de limpieza y orden como un general y no para hasta conseguir que todo quede en su debido lugar. Es como si alguien le fuera a dar un premio cada domingo. Clasifica, decide, mete lavadora, saca, elige, tira. Es inteligente y racional, pero también sabe que existe una parte mágica en la vida. Y yo… yo soy un bicho raro en extinción. Yo enciendo velas porque considero que los objetos son algo más que cosas, yo creo en algo superior a mí y lo llevo conmigo. Yo también me considero inteligente y racional, pero suelo desapegarme de lo que no me hace feliz, aunque me lleve tiempo. No me inmuto por leyes, pautas y reglas a seguir, salvo que sean universales –las que no fallan– y no del hombre necio.

Yo me despierto con la idea de crear. Mis amistades más profundas están basadas en los relatos de fracasos. Me llenan de letras. Escucho activamente y me fascino por la propia palabra externa que a mí ni se me ocurriría pronunciar con saliva.

Mis tantos fracasos son una pedorrada, porque no los elevo. Los aprendo. Los abrazo y me los como, los chupeteo como un helado de dulce de leche con almendras. Escuchar a Laura con los suyos me sabe a tragicomedia. Termino riendo, y juro, créeme, que no son para reír.

La existencia en general, para muchos de nosotros ha sido, es o será un caos y desorden. Aunque sea, en ciertos momentos de la vida. El diálogo con una amiga o amigo me ayuda a entender mi mundo y el de los demás. Laura es especial para esto. No dice nada y está diciendo todo.

En fin, como dijo Borges, la amistad es algo misterioso. Para mí, puede ser un permanente eclipse.

Peñíscola, España. Mayo 2008

Poli Impelli

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. carlos dice:

    La amistad es un antídoto para la soledad y una muralla contra el miedo. Un abrazo.

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    1. Poli Impelli dice:

      Ya lo creo 🙂
      Gracias por pasar, Carlos.

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