Rompecabezas

Thiago me miró por el rabillo del ojo, mientras yo me concentraba en armar un rompecabezas que, literalmente, me estaba rompiendo la cabeza.

—¿Y esto es para niños?— pregunté, dirigiendo la voz hacia mi madre, que metía las milanesas al horno.

—Eso parece, para niños de ahora. Aunque en la época de ustedes no eran puro plástico o cartón barato.

—Mmm… ya lo creo, algo recuerdo. ¿Y yo alguna vez logré terminar uno, sin la ayuda de ustedes?

—Por supuesto.

—Me imagino… la carita del Ratón Mickey.

Thiago soltó una carcajada y se lanzó hacia atrás en el sofá.

—Vos no te rías de las desgracias de los mayores.

—Tía… —Volvió su cuerpo a la posición inicial y llevó su cara sobre las piezas desordenadas—. Cuando yo sea viejito como vos… ¿van a existir los rompecabezas?

No pude responder de inmediato a la cuestión que le intrigaba porque mi cerebro se detuvo en «cuando yo sea viejito como vos», pero achiné mis ojos en plan concentración y utilicé mis dos manos para simular que contaba con los dedos.

—A ver… dejame sacar cuentas. Si ahora tenés 8, entonces…

—¿Dos mil cincuenta y tantos? —dijo la abuela aguantando la risa desde la cocina, que solo estaba separada por un gran mueble abierto hacia donde Thiago y yo adivinábamos el futuro.

—Sí, 2057, para ser exacta.

—La abuela ya no va a estar… —La voz de Thiago se volvió un hilo fino, mezcla de pesar con diversión. Su sonrisa, intacta.

—Espero que no, Thiaguito, porque yo con 84 años no creo que la pueda cuidar —dije.

La risa de mi mamá se extendió por el barrio, y Thiago lanzó una carcajada también.

—¿Y vas a vivir hasta los 84? —No paraba de reír y abrió los ojos como platos con su pregunta.

Me tenté, mientras cavilaba la mejor opción como respuesta. Ya saber que su abuela no estaría era suficiente, así que opté por la opción optimismo modo on.

—¡Obvio! Para esa época van a existir rompecabezas voladores, entonces, como voy a estar muy viejita y no sé si podré mover mucho las manos, las piezas se ubicarán sobre la mesa ordenadamente, mirándolas fijo, así. —Hice la mímica y Thiago volvió a reír. Lo miré de costado sin que me vea; estaba claro que no me creía una palabra de todo mi verso—. Mientras tanto, no me queda más remedio que seguir con esto, a ver si terminamos antes de que salgan las milanesas del horno.

Thiago pasó un brazo por encima del mío y eligió dos piezas que encajaban a la perfección en el lugar donde yo llevaba unos diez minutos intentando con otras.

—¡Muy bieeen! Me parece que lo vas a terminar solo.

—Tía… —Sentí su manito en mi antebrazo—. ¿En serio vas a estar cuando los rompecabezas vuelen?

Dilema inicial. Pertenezco a ese grupo de personas marcianas que creen que la muerte llega cuando tiene que llegar, ni a una edad precisa ni bajo condiciones o circunstancias que a mí me parezcan ideales, por lo tanto vivir hasta los 84 me tiene sin cuidado. Pero este es mi sentir, y Thiago, con 8 años de vida, todavía no tiene su propia opinión del tema.

—¿La verdad y toda la verdad?

—Sí.

—No lo sé… —Me mordí los labios y levanté los hombros—. ¿Cómo voy a saber, Thiago? Pero igual, si no llego a estar, acordate de mirar bien las fichas, porque tal vez cuando vuelen…

—Pero yo quiero que estés… —sentenció, y cruzó los brazos mostrando los dientes.

—Gracias, mi amor, pero si ahora no emboco una ficha, ¿te imaginás con 84 años?

Rió, como se ríe él, atragantándose y tosiendo después. Me levanté con la excusa de ayudar a mamá en la cocina. Ella me miró y le guiñé un ojo.

—¿Vos crees que las fichas van a volar? —me preguntó con las cejas en alto y una sonrisa de oreja a oreja. Sonreí con complicidad.

—Cuando era chiquita y jugábamos al Ludo Matic o al Estanciero, siempre mi imaginación iba más rápido que mis movimientos, jamás tenía estrategias. Soñaba que en un futuro, si esos juegos nos divertían tanto y eran tan firmes, de cartón grueso y pesados, cuando yo fuera «grande» —utilicé mis índices para marcar las comillas en el aire—, seguro los niños ya jugarían a juegos como esos pero con billetes de verdad, dados con luces de muchos colores que marcarían las diferencias numéricas y, seguramente, todo sería de mejor calidad.

Mamá suspiró.

—Pero… —dije— date vuelta.

Las dos nos giramos hacia la mesa donde Thiago tenía su rompecabezas, aún sin armar por completo. Su carita se escondía detrás de un teléfono digital, y desde la cocina escuchábamos los sonidos de un juego y veíamos sus dedos en movimientos rápidos intentando ganarle al aparato.

Le palmeé la espalda a mamá, ella con una media sonrisa bajó su cuerpo a la altura del horno y abrió la tapa.

—Qué felices fuimos, ¿verdad? —dijo, con su vista en las milanesas que ya crujían.

—Te quedás corta, Má. Y espero no llegar a los 84. Prefiero encontrarte de nuevo mucho antes, si no te molesta…

—¡A comeeerrr! —gritó detrás de mi nuca.

—¡Pero tengo que terminar el rompecabezas! —respondí a viva voz para que Thiago levantara su vista.

Iba decidida hacia el rompecabezas cuando sentí la voz de mamá rozando mi pelo en voz baja:

—Te estaré esperando.

 

Poli Impelli.

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. La Rubia dice:

    Sensibilidad a flor de piel. Mezcla de añoranza y momentos felices. Genial relato. Un abrazo

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    1. Poli Impelli dice:

      Gracias, querida Rubia. Abrazo de vuelta 🙂

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